El verano de la lluvia by María Herreros

El verano de la lluvia by María Herreros

autor:María Herreros [Herreros, María]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romantica
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


8

REMORDIMIENTOS

A Dolores se le había atragantado su nueva vida. Ese pueblucho era de todo menos agradable. Le asqueaban los olores, la gente, los edificios y hasta el aire que flotaba seco y denso como el plomo. En aquel fin del mundo particular el único refugio que le quedaba era su habitación. El resto de la casa pertenecía a los otros. Su marido y su hija. Allí permanecía encerrada la mayor parte del tiempo, recordando y mirando por el ventanuco de uno por uno que la unía con la realidad y con su presente. Desde allí veía a Soledad jugar en el patio trasero. Miraba a su hija, a su pequeña. La miraba y a penas se atrevía a tocarla. Sus sentimientos contradictorios la alejaban de ella. La quería, al menos eso se repetía una y mil veces. Debía amarla, era su hija. Lo único que le quedaba de Juan. Pero sus ojos eran los de él y cada vez que los miraba no podía dejar de recordar lo que ya no podría tener. Él nunca volvería y la niña tenía toda la vida por delante. No podía soportar sus risas infantiles, ni el brillo de sus ojos llenos de curiosidad y de esperanza. Ella representaba todo aquello que para Dolores estaba vetado. La alegría, el amor, los sueños, el futuro. La madre sentía que su tiempo había pasado, aunque no alcanzaba a la treintena. Las cosas se le habían torcido y después de la muerte de Juan era como si lo que ocurría a su alrededor se fuera desdibujando quitándole a todo el sentido. Dolores estaba muerta en vida, hueca como un olmo centenario, y por eso mismo anhelaba lo que significa no tener el lastre de un pasado que no te permite avanzar, que la empujaba hacia el fondo de un pozo de lamentaciones. Ella despertaba cada día suplicando por el cese del dolor que tenía metido en las entrañas, que le quitaba la respiración y le agriaba el alma.

En alguna ocasión se desahogaba escribiéndole cartas a Juan, ya que no tenía a nadie a quien contarle su tormento.



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